Este Taller de Lectura lo organizan la Junta de Castilla y León (Consejería de Cultura), la Universidad de Alcalá (Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Relaciones Institucionales) y la Universidad de Guadalajara, con motivo de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, México, que tiene a Castilla y León como invitada de honor en 2010.




viernes, 22 de octubre de 2010

“EL LIBRO DE LAS FUNDACIONES” DE SANTA TERESA DE JESÚS. José Jiménez Lozano.

Santa Teresa de Jesús o “Santa Teresa de Ávila” es una figura que ya cruzaba las páginas de “Una hora de España”, porque realmente es una figura que resume en sí misma esa hora, a comenzar por un asunto que, sin embargo, queda hurtado en esa páginas azorinianas, y que está en el fondo de la realidad histórica de España: el asunto de las castas.

Teresa viene de judeo-conversos como Juan de la Cruz o Fray Luis de León o Luis Vives, pongamos por caso, y un hecho decisivo en su vida es que  el abuelo toledano de Teresa, su abuelo paterno, era un judeo-converso, reconciliado con otros muchos en virtud del edicto de gracia que se dio en el tiempo de la institución de la Inquisición en Toledo. Se llamó Juan Sánchez de Toledo, y su hijo, el padre de Teresa, que comenzó a llamarse Alonso de la Pina o Piña, concluyó por llamarse Alonso Sánchez de Cepeda, y casó en segundas nupcias con doña Beatriz de Ahumada, de tierras de Ávila.

La importancia de esta cuestión está en que Teresa es muy consciente de dónde viene su familia paterna y, por lo tanto ella misma, y el antijudaísmo del mundo en que vive, encarnado por el cristiano de casta limpia que no tiene entre sus antepasados ni moros ni judíos ni alguien que ejerciera oficio mecánico o vil. La seriedad de la fe cristiana importaba menos y el que descendía “ex illis”; esto es, de judíos, ya era para siempre “ganado roñoso y generación de afrenta que nunca se acaba” como decía el Maestro fray Luis de León. Porque cualquiera que tuviera esa ascendencia podía ser sospechoso en cualquier momento, y a partir de la publicación de los Estatutos de Limpieza dictados por el Cardenal Silíceo, no podría entrar en religión, en la universidad ni en cualquier institución política incluso.

Durante toda su vida, entonces, Teresa cuidaría bien de que no se mentase el tema de la sangre limpia, y ella misma nunca firmó Cepeda que era el apellido de su abuela paterna, luego adoptado por su padre, sino Ahumada, el de la familia materna. Y, por otro lado cuidando no rozar siquiera lo que podríamos llamar “cultemas judaicos”, o acciones u omisiones, hábitos y costumbres, comenzando por la alimentación, que pudieran ser interpretados como señal de mosaísmo o judaísmo, y eran muchos. Pongamos por caso: la posesión de una biblia por parte de una pretendiente al noviciado hace que Teresa la pida que no vaya; el arreglo que consigue entre sus hermanos para que el esposo de su hermana menor que es converso y de profesión asentador no la ejerza, porque es una profesión sospechosa; la advertencia que dirige a su propio hermano mayor que viene rico de “las Américas” y ha comprado a sus hijos unos "poneys", de que tal exhibición de riqueza puede recordar a algunos de dónde viene la familia. Y, sobre todo, su recomendación a sus monjas: “Dios libre a todas mis hijas de presumir de letradas. Nunca más le acaezca ni lo consienta”, y su continuo martilleo de que ella y sus monjas sólo son unas pobres mujeres que no saben más que hilar, y nada de letras en absoluto.

Refrán del tiempo era, desde luego “ni judío lerdo ni liebre perezosa”, lo que funcionaba perfectamente como sospecha tal como ocurrió, por poner un ejemplo, en el caso del hebraísta Martín Martínez de Cantalapiedra, compañero de cátedra en Salamanca del Maestro fray Luis de León, hijo del boticario de un pueblo cercano del que llevaba el nombre y sobre quien un acusador ante los inquisidores decía no podían ser sino judíos y de los del Corrillo de Valladolid, según eran de agudos o inteligentes y estudiosos los hijos del boticario y en concreto este profesor de lenguas semíticas. Aunque el simple leer y cavilar era peligroso; Cervantes, en dos pinceladas dio en el “quid” de este asunto, en su entremés de “Los alcaldes de Daganzo”. Uno de los candidatos, que se llama Humillos, es preguntado si sabe leer y responde: “No por cierto que es cosa que lleva a los hombres al brasero y a las mujeres a la casa llana”. Es decir en el primer caso a la Inquisición y en el segundo a un prostíbulo.

Teresa tenía que estar al tanto de estos estereotipos, y tratar de no topar con ellos por necios que fuesen, o porque lo eran precisamente, para proteger sus conventillos que tanto la costaban en levantar, y en los que muchas de sus monjas llevaban sangre judía. Y, además, porque la reforma para una mayor observancia de una regla dura no agradaba a nadie; y, desde el principio, cuando en la propia Ávila anunció la reforma,  dice la propia Teresa que se alborotó el Concejo y también se alborotaron otras muchas gentes, y tanto, que parecía que habían entrado moros en la ciudad.

Pero Teresa entregó su vida en cuerpo y alma a esa reforma de la orden del Carmelo, y por esta razón recorrió la piel de toro de la Península, levantando conventillos o “palomarcillos” como ella los llamaba. Y así anduvo los malos caminos de España a pie, en mula y en carro; y una vez en carroza, poco antes de su muerte, cuando sus superiores la ordenaron ir a Alba de Tormes donde la duquesa de Alba joven estaba de parto, y Teresa dijo con gran ironía: “Allá va esta santa” para que se diese un feliz parto, aunque luego éste tuvo lugar antes de llegar Teresa a aquel pueblo. Y, en realidad, llegó para morir allí, por cierto, en 1582, en un convento cuya fundación en 1571 también la había significado una aventura.

Teresa nació en Ávila en l515, y profesó como monja en 1535 en el convento de la Encarnación en Ávila mismo. En 1562 está en Toledo y comienza por así decirlo su vida de escritora por la autobiografía o “Libro de la Vida” que es de ese año. Otros libros importantes será “Camino de perfección, que tiene dos redacciones -y quedan de él sus dos manuscritos, uno en El Escorial y otro en Valladolid- “El Castillo interior”, llamado también “Las Moradas”, y  “Las Fundaciones”, cuya escritura es de 1571-1573, cuando ella está entre Salamanca y Segovia, aunque luego tendrá que añadir la historia y los avatares de fundaciones de conventos posteriores. Y todo esto, además de otros libros más breves y de alguna manera secundarios en la valoración estrictamente literaria de su escritura, y un gran número de cartas constituye su legado literario.

No nos ocupamos aquí de la mística, y ni siquiera de la expresión literaria de ella, aunque es importante diferenciar lo que en sí mismo sea la experiencia mística de su expresión que puede ser filosófica como en Maestro Eckhart, poética como en Juan de la Cruz o escritura muy sencilla como en Teresa, y naturalmente, Teresa –mucho más netamente que Juan de la Cruz o Maestro Eckhart- tiene toda una dimensión de su vida dentro de una orden religiosa, pero también en su negocio con el mundo y las gentes de los que nos muestra que tiene un gran conocimiento y una gran mano izuierda pata tratarlos.

Podríamos decir así que, si “Las Moradas” es un libro donde se cuentan las aventuras  del ánima en relación con Dios, que está en el centro de ellas como en un castillo de cristal; en “Las Fundaciones”, aunque hay capítulos donde se da una reflexión más bien religiosa que mística, pero en todo caso no asociada a la temporalidad, son los trabajos y aventuras de una empresa humana y es el mundo de las gentes normales y corrientes desde la nobleza a las gentes más pobres con los que Teresa tropieza y esto es lo que nos cuenta. Mientras, en contraposición, podemos subrayar que en San Juan de la Cruz, por la naturaleza misma de su escritura, que en general es una especulación escolástica o psicológica en una excelente prosa, y también por el modo de entender el mundo y vivir en él, solamente se da una noticia de tipo social, cuando censura la gran exhibición de riquezas en los monumentos funerarios. Pero todo lo que sabemos de Juan de la Cruz no lo sabemos por él, sino en lo poco que nos cuenta en las cartas que conocemos, mientras que todo lo que sabemos de Teresa no nos lo ha dicho ella ciertamente, -porque tenemos varios testimonios y entre ellos el de la que fue una especie de secretaria suya, Ana de San Bartolomé, que por cierto aprendió a leer en el convento- pero si sabemos muchísimo por ella misma y no sólo en las cartas, sino sobre todo por este “Libro de  las Fundaciones” que cuenta mucho y nos remite luego a personas y hechos allí nombrados.

Y todo esto en cada “fundación”, como por ejemplo en la de Valladolid para explicar que las dos monjas de las que habla especialmente Teresa, una, Casilda de Padilla que hay que explicar que era una muchacha de familia noble, de la familia de los Manrique, hija del adelantado de Castilla, y que iba al convento huyendo de un matrimonio concertado con un hombre muy viejo; mientras que la otra se llamaba Beatriz y estaba enferma, y se decía que sus males físicos habían comenzado cuando se enteró de que iban a quemar a personas en Valladolid, y también es digno de anotarse que Teresa no ocultó en modo alguno que una de las monjas quemadas del monasterio de Belén, en Valladolid, que era de la familia de los conde de Benavente, también era amiga suya; y se necesitaba valor para dejar hacer tal cosa, verdaderamente.

El relato de la fundación de Medina del Campo, del lugarejo de Duruelo y de Salamanca, están llenas de encanto, pero fue tan amarga para ella la fundación de Sevilla que apenas si lo puede ocultar, aunque fue todo muy vil y terrible; y duro el viaje al cruzar por Córdoba cuando hubo que cortar los pezones de los carros para que pudieran pasar el puente del río que estaba junto a la Casa de la Inquisición, y Teresa sabía que el “Libro de la Vida” que ella había escrito estaba en manos del Inquisidor General, y tenía fiebre; pero nos dice que con el susto se la quitó de repente.

La riqueza narrativa de este libro de “Las Fundaciones” es enorme, y también lo es la riqueza y variedad de las gentes que trata o de las que habla. Sabe contar, es una escritora formidable; pero en nuestro mundo también debe contar como lectora suya con gente que quiera entenderla a derechas. En el libro de Rosa Rossi, “Teresa de Ávila. Biografía de una escritora” que recomendaría vivísimamente, hay una nota imprescindible que nos informa que incluso un hombre especialmente cultivado e inteligente como el filósofo español Gabriel Ferrater Mora puede no estar muy avisado sobre algunas cuestiones, entre otras, sobre la eventual ironía piadosa de un narrador como Teresa. Comenta el filósofo: “Hace poco intenté leer un libro de Santa Teresa y no pude pasar de la página treinta. Era demasiado ingenuo. Si esta mujer me dice que cuando una monjita que murió en olor de santidad estaba de cuerpo presente la cera de las velas no se consumía, pues yo tengo que cerrar el libro”. Y Rosa Rossi advierte de que quien esto escribe “no se da cuenta de que Teresa pone aquella información en boca de otra persona y la comenta en una frase que contiene un elemento de perplejidad”. Es la pura verdad: cuando leemos un texto narrativo, o histórico, debemos tener cuidado en comprobar si lo que se dice en él lo dicen el escritor o el historiador o los personaje históricos o de la naración; y debemos hacer cuenta también del tono que tiene ese texto, en el que caben tantas actitudes mentales, desde la restricción a la ironía. Y, desde luego, si es un texto de un tiempo muy distante de nosotros no podemos proyectar en él ni nuestro pensamiento, ni nuestra sensibilidad, y hemos de hacer cuenta, en fin, de que el lenguaje simbólico -específico de la literatura, pero también del lenguaje popular- o las referencias en la expresión son muy distintas a las nuestras. Y que el no consumirse una candela que luce ante un muerto es una forma de decir que la “Lux aeterna” luce para él, porque es “un siervo de Dios” según la propia locución teresiana.

Y, por cierto, a monja de cuerpo presente es la que decíamos más arriba que enfermó de sólo pensar que en Valladolid iban  a quemar gente, y lo cierto es que nuestra misericordia debe de haberse reducido mucho en la especie, porque no tenemos muchas noticias de casos parecidos, aunque es indudable que tenemos noticias de algunas personas cuya salud física o psíquica no han resistido la barbarie de nuestro tiempo. Es toda una medida de la humanidad más profunda.

En cualquier caso, nuestra lectura de “Las Fundaciones” no es histórica ni teológica, sino literaria, y seguramente lo primero que tenemos que tener en cuenta es que este “Libro de las Fundaciones” es ante todo literatura, y en el que, por lo tanto, caben todas las figuras literarias y retóricas y todos los modos de expresión de una gran inteligencia como la de la autora, expresándose además en la lengua de las gentes que ella misma hablaba.



Es difícil decidir si se da un lenguaje específico para expresar una experiencia mística o, más bien ocurre, como dije más arriba que la expresión oral o escrita siempre depende de la condición y calidad de quien habla, según el habla que ha recibido, o que se decide hablar, como, según ya dije, el Maestro fray Luis de León afirmó del habla  de “mis amas” –es decir, las criadas de su madre-  contestando a su acusador: “Ansí que a éste el texto le ofende, y yo, ya que lo puse en romance, no pude excusar de ofendelle, porque… no sé otro romance del que me enseñaron mis amas, que es el que ordinariamente hablamos, que, a saber el lenguaje secreto y artificioso con que este mi testigo y sus consortes suelen declarar sus conceptos, usara de otros vocablos más espirituales”. De manera que debió de sentir gozo y gratitud muy especiales ante este lenguaje de Teresa a quien tanto admiraba. Y el lenguaje de ésta sirve también para la expresión de su experiencia mística, naturalmente, y entonces cuando no sabe cómo expresar lo que siente o ve en sus adentros, que no con los ojos de su cuerpo, como ella subraya, escribe: “A esto llamo yo”.

Tanto más nos ofrece en “Las Fundaciones” un lenguaje que no precisa aclaraciones de límpido que es, y de la capacidad de nombrar las cosas y los sucesos que tiene; y parece que esto es el escribir bien como es el hablar bien, aunque son los gramáticos y académicos al fin y al cabo, quienes dispensan los títulos de valor o desvalor lingüísticos y literarios, y nunca fueron muy proclives a reconocer especificidades al margen de la norma, y se entiende muy bien la reticencia a reconocer a Teresa como escritora. 

Pero no se perdería nada tampoco haciendo cuenta a este propósito de esta lengua de Teresa de una advertencia como la de la “Gramática de Port-Royal” sobre la ortografía de las mujeres, o recordar a propósito del  supuesto desorden de la escritura de Teresa de Ávila, la historia de aquel monasterio de Port-Royal des Champs, tan implicado en la vida intelectual francesa, y traer a colación la excusa que Mêre Angélique Arnauld pide precisamente por lo que estima que es un  desorden de su propia escritura a Monsieur De Barcos, quien le responde que hay un desorden de la simplicidad que es el lenguaje verdadero que nombra. Y Moliére apoyaría, enseguida, esa gramática de la simplicidad en la que no puede haber “desórdenes”.

El lector de Santa Teresa se percata inmediatamente del hecho de que la frase de su escritura es directa e incisiva, aunque puede ser muy larga, porque Teresa hace muchísimas divagaciones más o menos relacionadas con lo que viene hablando, pero lo hace de un modo admirable y, para explicar esa digresión dice “Mucho me he divertido”. Es decir, “di-vertido” o “apartado” de lo que estaba diciendo, pero el lector se lo agradece y, con frecuencia, se divierte de veras en el sentido de hallar gran placer en lo que cuenta o en lo que reflexiona.

Leyendo “Las Fundaciones” se nos ofrece la prueba más explícita de la eficacia de una verdadera narración, esto es, que nos ocurre lo que a la propia escritora, cuando evoca esto o lo otro, en todas estas páginas en las que no hace sino recordar y revivir. Es decir, que la acompañamos de nuevo en esta revivencia de  sus viajes y acaeceres, tanto como ella debió revivirlos como nosotros cuando los estaba recordando y escribiendo, y por eso nos habla con toda verdad de la sonrisa en que se convierten mientras escribe los apuros de unos largos momentos de miedo, y “enflaquecimiento del corazón”, refiriéndose a la fundación del conventillo de Salamanca. “Quedamos la noche de Todos Santos mi compañera y yo a solas –escribe-. Yo os digo, hermanas, que cuando se me acuerda el miedo de mi compañera, que era María del Sacramento, una monja de más edad que yo, y harto sierva de Dios, que me da gana de reír”.

Y a nosotros también nos ocurre, aunque otras veces la lectura de otros sucesos, pensares y sentires, nos tornará más serios o nos entristecerá suavemente, al acabar de leer este libro. Y entonces ustedes pueden contrastar también muchas palabras no con los diccionarios, sino con las gentes que ha guardado el español, y hasta los giros de la lengua y muchos nombres, adjetivos y verbos del tiempo de Santa Teresa, y con frecuencia mejor que en España. E igualmente podrán comprobar la pervivencia de giros y vocablos que podrán estar semi-perdidos o no, pero que son bien decideros y nos dejan harto pensativos sobre el eventual fin de una cultura, si ya hubiéramos comenzado a no entender las palabras que nombran lo real más profundo directamente o a través de las  imágenes o los símbolos,  que van directos al ser de lo que es, como la lengua sin artificio de “mis amas”.

martes, 19 de octubre de 2010

GRACIAS POR SU HORA PASADA EN ESPAÑA. José Jiménez Lozano

Muy estimados amigos, 

lo primero que tengo que hacer es agradecerles la atención con que han recibido y leído mi propuesta de lectura de “Una hora de España” de Azorín, y luego, o a la vez, que hayan encontrado interesantes y de su gusto el libro y, en  fin, hayan expresado de manera tan excelente los distintos niveles u matices del libro, y lo hayan hecho en un discurso breve e incluso muy hermosamente escrito, y bastante al margen de la fría e incolora prosa académica.


Leídas, a su vez por mí esas sus interpretaciones y glosas del libro, creo que podríamos resumir el fruto de esta lectura en dos partes muy claras. Por un lado la coincidencia de todas sus glosas o comentarios en el poder de evocación  de esas estampas azorinianas, como las llaman algunos de ustedes, sobre la España del XVI-XVII, y desde luego en la claridad y armonía de la lengua, - que según afirman escuchan especialmente en el campo, como sucede en España; y cuyo poder es precisamente, como dice el Maestro fray Luis de León, “hacer que lo ausente que significa en él (el nombre), nos sea presente y cercano”. Y tengo que añadir muy complacido que en su propia escritura de ustedes se da verdaderamente esa escritura no formalizada, la justeza o propiedad del nombrar, y un cierto “pathos” o fineza sentimiento, que no puede darse en el habla o en la escritura  formalizadas y puramente comunicativas.

Una tercera cuestión que querría destacar en sus trabajos es la eficacia con que muestran la impresión que les ha causado no sólo el encuentro con el libro sino con lo que ustedes reconocen como la entraña de lo español, que es decir el ámbito en el que España se hizo, y los agentes y modos y maneras de esa construcción, a cuyo fondo resultan casi todos ustedes muy sensibles, incluido el aspecto religioso, cuya mera dimensión cultural, ahora mismo en Europa, se considera de manera bastante ligera, para decirlo con un cierto eufemismo. Ustedes han entendido mejor este asunto.

Pienso, desde luego, que, ante la España que aparece en este libro de Azorín, ni tampoco en la realidad histórica, hay por qué hablar de una “España mística”, que no ha existido, ni puede existir porque no hay colectividades místicas, sino que lo místico como todo el resto del vivir humano es asunto de individualidades.  Y otro asunto es que dos de los grandes místicos cristianos de Occidente sean españoles y su personalidad y su obra hayan recibido y la alta estima y el estudio que precisan.

Pero lo que sí puede,  y debe decirse, es que el “quid” y hondón de las vidas españolas de ese tiempo giraba sobre esta convicción profunda que se formulaba diciendo: ”¡Oh cuán poco lo de acá, oh cuán mucho lo de allá!”. Y era un sentimiento verdaderamente serio y arraigado en toda clase de los españoles del tiempo, y no solamente un sentimiento, sino un pensamiento un lugar o “topos” de la existencia personal y colectiva desde el que mirar el mundo y valorar cada realidad y acontecimiento de él.

Creo que todos ustedes han visto todo esto muy bien, y a una luz de una extrema belleza: la del crepúsculo que, como decía Leonardo de Vinci, es la luz apropiada para hacer una pintura, porque el sol del pleno día devasta los contornos y los colores. A esa luz crepuscular piensan varios de ustedes que está escrito el libro y así lo leen, y a la melancolía azoriniana añaden su propia melancolía, más bien intelectual pero también envuelta en un fino sentimiento. E incluso en algunos comentarios se hace de este libro y las doloridas páginas de él una especie de “memento” de la brevedad de la vida humana, confirmando la antigua preciosa, y ella misma melancólica fórmula: “Ars longa, vita brevis”, la vida es breve pero dilatado el tiempo del arte. Más largo que la pobre vida humana y así puede transcenderla.

Pero, ahora, ante otras de las afirmaciones de sus lecturas, me gustaría añadir unas cuantas pequeñas matizaciones. En primer lugar, que, aunque creo que deben separarse muy netamente obra y escritor y escritor y época, -porque se supone que el escritor necesariamente toma sus distancias de ellas para poder decir y escribir sus palabras,  “desde fuera del bosque” por decirlo así - tampoco quiere esto decir que sobre cada uno de nosotros,  y por tanto sobre el escritor, no destiñan tanto el acervo cultural, como la sensibilidad y el imaginario y hasta los esterotipos del tiempo; y ciertamente algo de común tiene Azorín con las gentes pensantes y los escritores de su tiempo. O, para decirlo en la forma acostumbrada, con los otros escritores de la llamada “generación de 1898” en sus sentires y pensares que giraron en torno a un declive o decadencia de España,

Y claro está que la España de fines del siglo XIX no era la España a caballo entre el XVI y el XVII, pero se coloreó a esta hora de España  con la conciencia ciertamente pesimista y amarga  de un presente decadente en ese final del XIX. Este amargo sentimiento  surgió, desde luego, en ese final decimonónico en España  no sólo a cuenta de la pérdida de las colonias del viejo Imperio español, sino porque en esa España del XIX, tras la guerra de la Independencia frente a los franceses, comenzaron las guerras dinásticas entre partidarios de don Carlos y doña Isabel – es decir del hermano del Fernando VII y su hija – o entre carlistas y liberales, que era decir la vieja España y los nuevos tiempos que había abierto la Revolución Francesa, más las inevitables consecuencias de la transformación industrial.

Necesariamente todo ese desgraciado tiempo generó una inestabilidad y una primariedad políticas, un atroz empobrecimiento  y miseria, y una ingente ignorancia, un justificado pesimismo y conciencia de frustración, por lo tanto. Y, desde esta atalaya de enfrentamientos y decadencia y ruina españoles resultaba realmente inevitable  mirar hacia la vieja España que se evocaba, y ver en ella o bien una España ideal y dorada, o bien una España que desde aquellos empinamientos de Imperio había caído ya entonces lastimosamente, y esto es lo que se hizo. Pero la verdad histórica nos obliga a nosotros a matizar y señalar que la famosa decadencia no se dio todavía en esos tiempos de Cervantes o Luis de Granada, ni del veredero, ni del pastoreo  que nos pinta Azorín. Mucho menos en  los tiempos de Teresa de  Jesús y el Maestro fray Luis de León. La decadencia fue un asunto de finales del XVII y del XVIII, incluso si es en este siglo cuando por primera vez los nacimientos superan a las defunciones.

En tiempos de Cervantes, desde luego, todavía teníamos un floreciente comercio, y sería suficiente con citar el comercio de la lana  y hasta el de los zapatos de cristal, que ciertamente no eran un artículo de primera necesidad. Aunque ya se comenzaba a contestar a quienes se mostraban orgullosos de que en el Imperio de España no se ponía el sol, informándoles de que tampoco se ponía el hambre. Y cierto era que el oro traído de América pasaba a Francia y a Europa sin que a los españoles aprovechase gran cosa, como no fuese para dorar unos cuantos retablos de iglesia o muebles de Casa Grande.

Azorín, por lo demás, no refleja en su libro – ni tenía por qué – lo que constituye en verdad lo propio del Renacimiento español, que se da precisamente en el plano literario, y en dos aspectos importantes que serán ya en adelante definitivos en la cultura occidental. Es decir, la afirmación de que en las lenguas romances o vulgares pueden verterse los pensamientos de la filosofía, la teología y la gramática, pero también el contenido especulativo de las  ciencias; y la otra afirmación de que la literatura o el lenguaje de imágenes y símbolos es un instrumento de conocimiento de la realidad existencial del ser humano, frente a las pretensiones del pensar especulativo que se tenía como único instrumento de conocimiento. Esto es, frente al viejo racionalismo de la escolástica y el creciente racionalismo científico, como ha mostrado el profesor E. Grassi. Y Vives, Luis de León y Cervantes, entre otros, pueden considerarse los más importantes representantes pioneros de esta nueva forma de entender tanto la potencialidad de las lenguas romances, subestimadas para la formulación y el  intercambio de saberes, como de la otra afirmación de que lo específicamente humano no puede entenderse ni formularse con un lengua que obedezca a la pura especulación lógica, o metafísica, ni tampoco a la ciencia que es ciertamente el instrumento del conocimiento de la “res extensa”; sino que es el lenguaje literario – desde la imagen o metáfora a la paradoja o el oxímoron – el único capaz de expresar la existencialidad o complejas aventuras y desventuras del vivir y las contradicciones mismas del ser humano.

Y por cierto que esta lengua literaria, que no es meramente comunicativa, sino significativa y  de sonoridades sentimentales en el ánima,  sería entendida por el Maestro León como la lengua misma de las gentes no letradas del  o “la lengua de mis amas” – o criadas de su madre -, como él mismo contestó a los señores inquisidores cuando le reprocharon que en sus escritos no utilizase los cultismos del castellano derivados del latín.

Y hay otro asunto, en fin, que sobrevuela en algún lector de “Una hora de España” de nuestro taller: el de una retirada o un aislamiento de España frente a Europa, y el no sentirse europeos los españoles. Y este sentimiento y hasta postura intelectual o política se han dado, pero mucho después de esa hora de España que Azorín pinta y hemos estado leyendo. Desde luego a partir del siglo XVIII, y el conde de Peñaflorida, don Xavier María de Munibe, uno de los llamados ”Caballeritos de Azcoitia” o minoría vasca afrancesada pinta divertida y deliciosamente a estos anti-europeos en su libro “Los aldeanos críticos”.

Pero ésta es también una idea que deriva de ciertas interpretaciones de la historia de España como la de Américo Castro, que es tan interesante e importante, pero que en aras de una cierta tesis conlleva casi inevitables generalizaciones y en especial la de la exclusividad demasiado rotunda con la que configura el ser hidalgo, o español prototipo de esa hora de España de la que nos habla Azorín. El español hidalgo o “hijo de algo”, y en principio protagonista de alguna hazaña militar en la reconquista española, era espejo de español en  la época y no tendría otros valores vitales que el de la guerra y desde luego el del cultivo de la tierra, y sólo tendría desprecio por ocupaciones como las del negocio o la mercadería y por las cavilaciones y pensares. Y algo y hasta mucho hay de verdad en esto, si miramos la cuestión unidimensionalmente, pero también este aspecto es preciso matizar las cosas.

Este asunto –el asunto de la casta española o cristiana vieja que el hidalgo representa -  estará en el corazón de la próxima lectura que hagamos del “Libro de las Fundaciones” de Santa Teresa de Jesús; pero ahora mismo será bueno adelantar, en relación con lo que vamos hablando, que, por ejemplo, la lana de Segovia compite en todos los mercados europeos con la de Florencia, o que Medina del Campo es una ciudad cosmopolita y donde los Fúcar, la Banca europea más afamada y poderosa, tiene su corresponsal en España en otro gran banquero medinense, Simón Ruiz, y en Medina mismo nos encontramos con otro banquero amigo de Santa Teresa y que la ayuda en sus fundaciones de conventillos, por sólo nombrar unos cuantos datos relevantes del floreciente capitalismo castellano de la época, que tan extraordinariamente ha historiado Ramón Carande en su libro “Carlos V y sus banqueros”. Y todo esto, sin dejar de tener presentes nuestra política e intervenciones militares  en la Europa después de Lepanto, tanto en Inglaterra como en relación con en el juego de odio o enfrentamiento de intereses entre Francia y Austria – nuestros primos realmente, ya que España y Austria están regidas por una misma dinastía – o en nuestras posesiones en Italia.

En “Una hora de España” todo esto tiene una resonancia muy en sordina y como en susurro, porque lo que el autor quiere es resaltar otras cosas; pero de todas maneras, en la figura de Benavides y en el capítulo de los palaciegos, resuena todo el trajín político de Europa. Lo único que quizás no queda muy claro en el libro es la cuestión de los castillos, porque nos parecen aún vivos, pero son la edad media. Y son los Reyes Católicos precisamente, que van a llegar al trono después de la caída de Constantinopla en 1453, fecha con la que se inauguran los tiempos modernos según una división de la historia ya tradicional,  quienes quebrantan el poder de los nobles o señores y hacen cuenta de sus castillos.

En España nunca hubo feudalismo, que siempre es una legalidad con derechos y deberes para feudatarios y señores, sino que hubo solamente señoríos de nobleza, que a veces se comportaban como “señores de horca y cuchillo” y también se levantaban contra los reyes. Los Reyes Católicos se llevan a los nobles a la Corte y quebrantan o destruyen hasta la última piedra la mayoría de los castillos. Se conservan sólo unos pocos como residencias reales o de nobles, pero sin posibilidades de ser baluartes militares contra los reyes. Se convierten en palacios, y allí viven a veces gentes tan nobles de título y alma  como el Benavides de “Una hora de España”, pero otras veces gentes más turbulentas y rebeldes. Todo esto es también una hora de España, y en el libro resuena su pasado ya desde la primera línea del capítulo en el ámbito espiritual del libro: “En el siglo XVI, muchos de estos castillos estaban ya derrumbados” y  no era su causa la decadencia, sino la naturaleza del castillo que era propia de los tiempos pasados.
         

PRIMEROS COMENTARIOS A LA OBRA DE AZORÍN

Azorín
IRMA ANGÉLICA BAÑUELOS AVILA

Estimado Don José Jiménez Lozano:
Quiero agradecerle profundamente su propuesta para que leyésemos  Una hora de España de Azorín; el texto de Azorín me ha ayudado, además de entender y conocer una época espléndida de España (para mí la España de Cervantes) y lo español, a confirmar que los hombres, no importa el tiempo somos los mismos y que nuestros conflicto íntimos no cambian.

“Es una hora de la vida de España la que vivimos con la imaginación en este atardecer frente a la inmensidad del mar” dice Azorín en su introducción y he de decir que  ha sido suficiente porque en esa hora, he podido adentrarme en el Escorial y ver de cerca Felipe II, rezando y meditando en el crepúsculo; he comprendido como él, ante la aparición de Benavides, que la vida es “breve y quebradiza”, aunque todo allí denotara solidez, perdurabilidad supe a su lado que “la muerte trabaja incesantemente en todo el universo”.
En esta hora he entendido porque el feudalismo se negaba a dejar España hasta bien entrado el siglo XVII. He caminado por Ávila de los Caballeros (la tierra de mi abuelo) y le he encontrado en ella, el parecido con Felipe II, severa y noble como él.

He sufrido y andado los pasos del veredero y he confirmado como “el infortunio es más veloz en su caminar” y me he entristecido también con la derrota de la Armada Invencible.
He tenido el placer de conocer a Fray Luis de Granada y su estilo sencillo, claro y natural.
En las montañas con los pastores, he caminado junto a ellos llevando al ganado trashumante; hemos cruzado y recruzado toda España “levantando polvaredas que se diría movidas por un ejército” y creo haber visto, no, no ha sido mi imaginación, a Don Quijote describiendo a los ejércitos y a Sancho “colgado de sus palabras”.

Y he sentido un viento fresco cuando:

Ciega y fría
cayó blandamente de las estrellas
la noche.

Me he emocionado y comprendido las razones del viandante y yo también he abrazado al loco y he visto en él concretarse en el mundo mi ideal.

Y he sentido también como todo en  es sincrónico y coherente en la vida española: el teatro, la mística, el paisaje. Y he entendido porque el énfasis del español está en la dignidad, esa dignidad que rechaza   “el pormenor prosaico y cotidiano”.

He estado en tantos castillos que he olvidado sus nombres pero no sus matices, porque Azorín me ha enseñado junto  con el catedrático Don Manuel Rodríguez, el valor del matiz.

He acompañado a Santa Teresa por los pueblos y he visitado una antigua librería en Medina del Campo y he visto a los corsarios y las brumas de la bella Vasconia y las costas luminosas de Cataluña.

Y he comprendido porque el español es noble y digno y he entendido el concepto de patria moral y me he metido en la piel del viejo inquisidor y he sufrido con él.
He conocido pues, a través de Una hora de España, a esa tierra hermosa, variada y muchas veces incomprendida y como Azorín me ha entrado el desasosiego por saber ¿Qué es el tiempo? ¿Qué sobrevive a él? Quizás sólo y paradójicamente: lo efímero.

Buenas noches desde este lado del océano,

Esta mujer que extraña España lo saluda con afecto.

Azorín
ADRIANA TORRES
Debo confesar que iniciar la lectura, Una hora de España, me implicó un conflicto de infinita resistencia. La resistencia fue menguando, ya que logré entusiasmarme con cada uno de los capítulos, en donde la invitación a la reflexión es una constante. Conforme fui avanzando la intertextualidad apareció. Y así como en Azorín surgieron los personajes, a mi memoria llegó el recuerdo de Montaigne que en su texto Ensayos nos dice que lo que él hace no es otra cosa que ensayarse, en donde el acierto y el error están permitidos. Es así que entré a la hora crepuscular española, a través de la mirada azoriana, en ese instante en que el día fenece. En ese transitar por las aguas claras de las palabras, sentí la mirada reflexiva y esperanzadora del anciano, el triste adiós del religioso, la firme convicción del caballero y la perfección de la verdadera española. El crepúsculo es el alfa y omega del día, Azorín hace suyo el omega y al mismo tiempo nos muestra que en ese crepúsculo todos los universos convergen.

Azorín y su hora en España
VICTOR MANUEL BAÑUELOS

Una Hora en España, es una obra maestra de Azorín, ya que en ella nos transporta a España en un viaje personal a través de geografías y espacios temporales importantísimos en la historia española. En este viaje llegamos a la España del siglo XVI, la España del Siglo de Oro, la misma España que vio a grandes luminarias, como Cervantes y Lope de Vega.

De manera magistral Azorín nos muestra a España en cuarenta y un imágenes, una por cada capitulo. Estas imágenes son como postales de la España de Cervantes, una España que en pleno siglo XVI aun permanece atrapada por la influencia y modo de vida de la Edad Media, de la cual ya se habían desembarazado en el resto de Europa. Estas cuarenta y un postales no son postales frías y sin vida como las que suelen adornar las tiendas de recuerdos, estas son postales llenas de vida y color, imágenes que siempre nos hacen rememorar a España.

En el libro podemos ser parte de un viaje por las diferentes esferas sociales de la España del siglo XVI. Del mismo modo en que lo hiciera Erasmo de Rotterdam y el autor anónimo del Lazarillo de Tormes, Azorín en Una Hora de España, nos hace ver algunos de los desatinos de las altas esferas del poder, podemos encontrar críticas a los cortesanos, al fanatismo, a los nobles e incluso a los religiosos. El rey Felipe II será un personaje muy recurrente en la obra. Un aspecto interesante es que se nos muestra la mecanización  de los catedráticos (capitulo XIX) y como dejan de lado la importancia de los actos humanos, una estupenda critica, para un fenómeno aun vigente. Los castillos serán también importantes en las descripciones, ya que por una parte Azorín describirá unos fuertemente amurallados y llenos de grandes torres para denotar la gloria y poderío de España. En contraste también aparecerán otros ruinosos, haciéndonos notar la caída del imperio Español, el único donde no se ponía el Sol.

Pero no solo encontramos similitudes con la obra de Erasmo de Rotterdam, sino también con la del maestro, Miguel Cervantes de Saavedra y los escritores de la novela pastoril, que fue de gran auge durante el Siglo de Oro. Esto lo podemos ver en las exquisitas descripciones de la geografía de España, a manera de oda a tan gran hermosura natural, la de la madre España. También en el capitulo XXXII podemos ver el rechazo que sentían los campesinos por la ciudad.

En toda la obra resalta su gran musicalidad, ésta es muy bien lograda, más recordando que se esperaba que fuera una obra para que se leyera en voz alta.

Como ya había mencionado antes, esta obra muestra cuarenta y un imágenes llenas de vida y color de la España del siglo XVI. Sin embargo la que a mi gusto fue la más representativa y llena de fuerza es la que tenemos en el  encuentro de Cervantes con Quijote, un encuentro muy emotivo, que se tuvo que posponer por más de tres siglos. Es importante notar que en el capitulo XXII, parece haber una alusión a éste inminente encuentro, cuando se habla de Don Rodrigo y su criado, los cuales entran de lleno en la descripción de Don Quijote y Sancho Panza. En éste esperado encuentro vemos como Cervantes por fin tiene la oportunidad de conocer frente a frente a su hijo prodigo. Así como en el siglo XIX Víctor Frankenstein viera cara a cara a su hijo hibrido, Cervantes pudo ver a su hijo, hibrido de la tradición caballeresca medieval y los aires de libertad y modernidad del Siglo de Oro.

Solo me queda agregar que Azorín logro captar la fuerza de la España de Cervantes en éste clásico instantáneo.  

Un minuto sobre “Una hora de España”
ENRIQUE CASILLAS PADILLA

Hemos puesto en nuestro ensueño
un poco de efusión y de amor.
Azorín

I.
Bien es digno de una amplia reflexión cada uno de los capítulos de este texto que Azorín nos pone entre las manos.  Un ensayo literario, una crónica, una narración, un libro de viaje por el pasado, una obra  que igual que recorre a una España vital y plural, recorre, conforme a sus necesidades, las vías de diversas formas narrativas y de meditación para cumplir con sus andanzas por ese amplio momento, ese poliédrico sueño sobre la  España pasada, como bien afirma Azorín en el último capítulo de nuestra obra. Un tránsito entre lo artístico, lo histórico y hasta lo filosófico que sirve de instrumento para ahondar en el siglo XVI de un reino en unos de los puntos más álgidos de su vida, enfrascado en una sutil metamorfosis que mucho influirá en su vida posterior.

Si bien las pretensiones de la obra “Una hora de España” son las de poner a la disposición de nosotros como lectores una visión más o menos integral –podríamos decir universal- de la vida del cinquencento ibérico, lo hace de la manera más práctica posible: nos ofrece observaciones sobre particularidades que nosotros deberemos conjuntar y combinar para obtener esa visión de la España global de ese entonces; así es como el mismo Azorín lo confirma:

Para nuestras meditaciones hemos escogido determinados hombres, determinadas circunstancias, determinados hechos. No hemos abarcado en su totalidad una época. Nos han bastado unos pocos rasgos –que juzgamos característicos- para determinar la modalidad de un pueblo. Y con profunda cordialidad hemos mariposeado sobre esos hombres y esas cosas. Nuestro espíritu ha divagado ligero de una parte a otra. Tal vez teníamos miedo de detenernos y de que en nuestra frente se marcara el ceño de la meditación apasionada. (Cap. XLI)

En este fragmento encontramos además lo que puede considerarse más importante en términos de construcción de la obra: no pretende ser un acercamiento erudito a la España de Felipe II y de los descubrimientos y conquistas ultramarinos, sino que es una divagación en todos los sentidos; es una obra que se desarrolla entre constantes saltos entre un aspecto y otro (personajes de la época, arquetipos sociales, lugares, reflexiones sobre la vida misma), una obra heterogénea que se unifica y toma su forma por y en el tiempo específico que es el leitmotiv, el eje rector que agrupa e interrelaciona a los elementos a manera de perfecto sistema.

II.
“Una hora de España” representa un exquisito fondo léxico en el que se conservan decenas de términos que se vitalizan e incluso revitalizan, permitiendo que pasen al acervo común de los lectores de la obra. Aquí, como lectores mexicanos podemos encontrar palabras que nos son muy familiares, que en México aún son actuales, máxime en la ruralidad. Escuchar en tierras mexicanas voces como  aguamanil, cuitado, pretina, valija o viandante  es muy cotidiano y no precisa de acercarse al diccionario de Real Academia y mucho menos a un lexicón de arcaísmos. Así pues, al acercarnos a esta obra de don José Martínez Ruíz, además de estar ante una agradable lectura de España nos encontramos con un amplísimo contenido léxico que bien es digno de estudio aparte, pero sobretodo de regocijo por tener tan accesible bagaje histórico de nuestra lengua.

III.
Una lectura salteada de los capítulos bien podría hacerse sin cambiar sustancialmente el sentido  de la obra, excepto algunos capítulos que se continúan, como los primeros cuatro sobre el rey Felipe II y el celador de sus secretos Juan de Benavides o los capítulos XXXIII y XXXIV que abordan la figura ficcional del hermano Román –arquetipo del fraile carismático de ese siglo que entrega su vida a la sociedad-.

Sin seguir un orden, se presentan diversos tópicos que perfectamente pueden agruparse y distinguirse unos de otros dentro de “Una hora de España”: primero tenemos la presentación de diversos personajes reales de la vida de nuestro siglo en cuestión, luego podemos pasar a la presentación de personajes imaginarios que constituyen arquetipos sociales de ese tiempo, enseguida pasa el autor a la descripción de lugares y por último podemos poner el acercamiento de orden reflexivo a ciertos temas.
·      De entre todos los personajes convocados en la obra el más importante es Felipe II, el rey anciano con que la obra abre y que es ubicado en el puesto nueclar: el estandarte que manifiesta mejor a la España de ese siglo. Luego nos encontramos con Cervantes, Lope de Vega, Santa Teresa de Ávila, Fray Luis de Granada, fray Luis de León,  fray Manuel Rodríguez y Calderón.
Pero no sólo son hombres o mujeres, son instituciones como la Inquisición ese mecanismo utilizado por el autor para construir una visión general de la vida española de ese siglo de batallas y expansión.
·      Atenerse a presentar sólo a personalidades de la época, por más que sirva para describir a España, hubiese constituido un fracaso para los fines de la obra, por ello el autor se acercó a la ficción creando personajes y situaciones que ambientó con gran verosimilitud en el siglo XVI español. Encontramos la monotonía palaciega  prefigurada en la  servidumbre de las cortes; vemos la figura del correo en el veredero (cap. VII) que lleva la mala noticia del fracaso de la Armada Invencible.  Por otra parte, no podría faltar la representación de la vida pastoril, pues como el mismo Azorín dice, sin esa imagen no es posible entender la literatura española, entre los zagales está gran parte del sabor de España. El Inquisidor ¿podría acaso estar ausente? La respuesta es no, pues sin esa imagen el vacío sería mayúsculo. Igualmente las almas piadosas y los labradores, las mujeres anónimas del siglo, cuyas notas serán las de esforzada, religiosa, buena ama de casa y bien administrada, los soldados-conquistadores. Y finalmente los religiosos, quienes serán fundamentales; unos saliendo a las misiones en las nuevas colonias, otros como motivadores de la vitalidad en las ciudades y campos y aquellos que sostendrán la educación, exclusiva para varones, dentro de los muros conventuales.
·      Los lugares, esos espacios donde la vida íntima y pública se desarrolla están en nuestra obra: conventos, palacios, los castillos medievales que ya eran ruinas para ese siglo, los corrales de comedias que estaban ya a punto de morir, las casas del pueblo, los riscos donde los pastores, las haciendas de los labriegos y por supuesto lugares perfectamente ubicados en el espacio como Madrid y Ávila –ciudad predilecta de Felipe II y prototípica del siglo XVI según el autor-, como Toledo y los pueblos de la Vasconia –en que aún se respira aquel tiempo-, como esa Cataluña de ensueño para Azorín y por supuesto esa España que ya no lo es: las colonias del entonces gran reino.
·      Finalmente, las circunstancias espacio-temporales que modelan “Una hora de España” también servirán de marco para una serie de digresiones reflexivas sobre diversos temas, como la concepción particular de estilo del propio autor (cap. IX), la visión entre Medioevo y Renacimiento en el caso particular de España, aludiendo a la figura del poeta afirma su credo en la inspiración; también se acerca a la abundante figura de la filosofía natural afianzada en la observación de las maravillas de las Indias Occidentales a la manera de los bestiarios clásicos y por supuesto, el concepto de gloria que regirá en la época, entre muchos otros.

Esta meditación sobre las ruinas, muchas veces, de lo que fue el esplendoroso siglo XVI representa un riquísimo panorama que deja las páginas de ese siglo español abiertas para sumergirse en ellas y así vivirlo pese a la distancia del tiempo, ya que la distancia espacial, ahora mucho más que en aquel siglo, es solucionable.
Aquí Azorín nos ofrece una invitación nostálgica a visitar España –cada ciudad, cada pueblo, cada convento y cada arroyo– a  unos y a otros los invita a vivirla, a girar su mirada un poco y descubrir la España profunda que en cada rincón de su patria está latiendo.  Una España que es caleidoscopio de edades y lugares, una España que es muchas horas que son a un mismo tiempo.

Una hora de España – José Martínez Ruiz, Azorín
SERGIO FREGOSO

El primer texto que hay que leer es Una hora de España de Azorín. Nunca había oído hablar de él. Presto, hay que investigar quién es, detalles sobre la obra… cualquier cosa. El libro fue difícil de conseguir, sin embargo, Azorín es un hombre conocido; referencias a él y a sus obras las hay por todos lados. En una nota de José Montero Padilla, descubrí que se llamaba José Martínez Ruiz y que Una hora de España era su discurso en el acto de su recepción en la Academia Española; pero su texto no llegó a mis ojos hasta que, finalmente, recibí unas copias del libro. Ahora, lo tengo entre mis manos y le digo: “por fin nos conocemos”.

El prólogo del texto invita a pensar que nos encontraremos con un clásico discurso lleno de agradecimientos y adornos, de disertaciones y reflexiones, de un ir venir de palabras hasta llegar al gracias. “Sean mis primera palabras –deben serlo–  de gratitud. Cordialmente os agradezco a todos vuestros sufragios.” Pero Azorín no cae en esta monotonía y verdaderamente tenemos que imaginar la escena: él sobre un estrado y, enfrente, los miembros Real Academia Española. Reales son las palabras con las que inicia el maestro: “Y lo primero que vemos es un anciano en un aposento”.

Azorín es un gran narrador. Desde la primera frase, nos invita a imaginar junto a él a este anciano sumido en la penumbra, nos transporta a una realidad que él ha imaginado, que él ha creado; está haciendo literatura.  Y de pronto, nos encontramos dentro de ese edificio de piedra gris. La luz del crepúsculo ilumina el perfil de aquel nostálgico anciano que medita sobre el tiempo, y, por la ventana, podemos imaginar un paisaje infinito todo coloreado de rojo que se extiende por el horizonte. A nuestro lado, el narrador se ha materializado y nos toma del brazo: tenemos que seguir, pues el recorrido es largo. Salimos los tres de la habitación –anciano, narrador y lector– y descubrimos los jardines, los muros, los sirvientes, los cortesanos y pronto descubrimos que el anciano que va a nuestro lado es el mismísimo rey Felipe II, el corazón de la España de las bellas letras.

Es hora de salir del recinto real y recorrer las venas del Imperio. Sobrevolamos grandes ciudades y regiones de verdes prados y de altas montañas con sus ovejas y pastores, con sus viñas y su gente: Ávila, Vasconia y Cataluña.  Algunas veces, Azorín interrumpe ese trance que ha creado para hablar sobre algún tema. Diserta y reflexiona, explica y se justifica, y nos vuelve a sumergir en ese sueño. El narrador vuelve a dibujarse a un lado de nosotros para mostrarnos las fantasías bucólicas de los pastores, el misticismo de los viejos sacerdotes, la tolerancia de los maestros, los dolores de un ejército herido de muerte o las necesidades de una sociedad en decadencia. Los castillos que en la Edad Media adornaban toda la Península ahora están en ruinas. Sí, en ruinas, mas no han desaparecido sus cimientos y no lo harán porque  son las pilares de una grandiosa Historia. Podrán cambiar las costumbres, podrá caer el imperio, podrá pasar el tiempo, pero nunca podremos despegarnos de las bases sobre las que crecimos.

La mayoría de los personajes que encontramos en nuestro viaje son ancianos. Un análisis histórico del texto inferiría, a simple vista, que esta senectud omnipresente refleja una España decadente. Es el siglo XVI, puede que la tesis de un análisis así tenga razón en un sentido: la España Medieval está pereciendo. Pero mientras el rey Felipe II languidece, el Quijote crece y sale a las calles que nosotros recorremos. Se encuentra con su padre y se funden en un abrazo, nosotros somos testigos. Una España muere. Sin embargo, de sus cenizas nace una nueva y más fuerte. No hablaremos más de un imperio poderoso, ni de grandes batallas, ni de fes fervientes. No, esos tiempos quedarán en el recuerdo. Ahora hablaremos de fantasía, de razón, de bellas letras, de grandes pensadores y de excelsas historias: estamos en el Siglo de Oro.

José Martínez Ruiz detiene nuestro viaje y nos transporta nuevamente a su discurso: “El ensueño ha terminado. Estamos en el mismo salón mundano donde comenzamos a soñar.” Nuestro mentor ha dado cátedra sin que nosotros nos diésemos cuenta, estábamos encerrados en un sueño, viajamos a otro mundo. ¿De dónde proviene la realeza de nuestra lengua? ¿De su evolución sintáctica, morfológica, léxica? No. ¿De la protección de sus reyes? No. Volvemos al punto de partida, pues su realeza está en la maestría de sus palabras. Y así, terminamos de leer Una hora de España.

Azorín. Una hora de España
ENRIQUE ALBERTO GARCÍA UGALDE

A mi parecer, la importancia de Una hora de España radica en la forma en la que Azorín supo retratar un periodo determinado en la Historia de este país. Las descripciones detalladas de los paisajes y de la arquitectura hacen muy vívida la experiencia para el lector. A través de capítulos como “Ávila”, “Castillos de España” y “Palacios, ruinas” podemos adentrarnos en el esplendor de las construcciones del siglo XVI español.

Otro de los elementos destacables es el ingenio de Azorín para jugar con la Historia. Es notable ver cómo nos presenta a personajes históricos como Miguel de Cervantes Saavedra, Santa Teresa de Jesús y Fray Luis de Granada en una combinación entre realidad y fantasía. Asimismo, es muy significativa la función del prólogo, pues en éste, Azorín nos invita a dar un recorrido por la riqueza cultural y natural de España.

El prólogo me pareció muy similar a la experiencia cinematográfica, en el sentido de que cuando la sala de cine se oscurece por completo sabemos que estamos a punto de entrar en el mundo de la ficción audiovisual; y de la misma manera pero por medio del lenguaje Azorín nos hace revivir toda una época: “En este momento del atardecer, frente al mar, abstraídos del tráfago mundano, nos sentimos al lado de los hombres del siglo XVI.”

Uno de los capítulos más significativos para mí, fue “Las librerías”. Esto por la descripción que hace de los bibliófilos, la emoción que experimentan éstos al descubrir las ediciones antiguas de ciertas obras y el estar rodeado de estantes atestados de libros son imágenes que Azorín plasma de manera magistral. Y al mismo tiempo este capítulo también funciona como una oda a la literatura y a la cultura.

Así pues, este ensayo literario de José Martínez Ruiz es un claro ejemplo de la grandeza literaria de las letras españolas y de la gran influencia que tuvieron éstas en la literatura hispanoamericana, así como también la importancia que tiene la Historia de España dentro del pensamiento e identidad hispanoamericanos.

La compleja prosa de Azorín es el elemento más importante en la conformación de esta obra: la gran diversidad de metáforas, la musicalidad y el ritmo de la prosa, las imágenes que crea a partir de las palabras, etc. sólo demuestran el dominio y el conocimiento de la lengua española por parte del autor.

Comentarios sobre “Una hora de España”
ERIKA PETERSEN O’FARRILL

“Una hora de España” no sólo nos proporciona un conocimiento profundo sobre la España del siglo XVI, sino también sobre la España de Azorín. En el capítulo XX, titulado “La patria moral”, el escritor español contrasta el concepto de patria del siglo XVI con el del siglo XX. Para los habitantes del siglo XVI, “la religión era la verdadera patria”. Los españoles poseían un mismo anhelo: la salvación última. Este proyecto en común permitía la cohesión de la sociedad. La práctica de la solidaridad constituía un valor fundamental para la comunidad española, de ahí que “en todas partes el creyente [estuviera] como en su propia morada”: “Podía viajar por toda España; podía visitar las ciudades y entrar en todas las casas; podía tropezarse en los caminos con los más diversos viajeros.” Con la ruptura de la unidad espiritual, se produjo el resquebrajamiento de la sociedad española. Si bien en el siglo XX se busca la centralización, ningún ideal reúne a los españoles bajo una misma meta: “Acaso hoy dentro de una nación nos sentimos, de extremo a extremo, más desamparados y forasteros que en el siglo XVI.”

El concepto de patria ha evolucionado a lo largo de los siglos; no obstante, otras ideas, como la decadencia, han permanecido en la mente de los habitantes de España. Paradójicamente, según Azorín, la decadencia española “se la supone precisamente en el tiempo mismo en que España descubre un mundo y lo puebla; en el tiempo mismo en que veinte naciones nuevas, de raza española, de habla española, pueblan un continente.” Azorín reacciona contra esta idea: “¿Y quién ha realizado tan gigantesca obra? ¿Todas las naciones de Europa? […] No; una nación, una sola nación, sola, sin auxilio de nadie: España.” A través de la lengua se comunica la ideología de una nación. A través del español, los países latinoamericanos nos hemos apropiado de la idea de decadencia. ¿Por qué no rechazar, como Azorín, esta falacia? ¿Por qué no reconocer la riqueza de América Latina? ¿Por qué no percatarnos de que somos herederos de una tradición producto de la mezcla de dos grandes culturas: la española y la indígena?

En otro orden de ideas, en los capítulos VIII, IX y XI, Azorín nos presenta su visión con respecto a la creación literaria. Estas ideas nos permiten conocer la poética de uno de los principales autores del siglo XX. En los tres capítulos mencionados anteriormente, el escritor español se centra en dos aspectos de suma importancia: el estilo y la inspiración poética. Para Azorín, el estilo debe ser claro, sencillo y preciso. Éste es reflejo del pensamiento: “Quien piensa claramente escribe claramente”. En el capítulo IX, el escritor español menciona: “Toda defensa de un estilo es una confesión personal. […] el estilo, en último resultado, no es sino la reacción del escritor ante las cosas.” Esta concepción del estilo se anticipa a la idea de Bouffon, según la cual “el estilo es el hombre.”

Respecto a la inspiración poética, es importante señalar que Azorín reivindica al escritor como un ser en contacto con la divinidad. Dios, el creador por excelencia, otorga al artista la posibilidad de transformar la realidad, de producir algo. Únicamente el “soplo misterioso y divino” puede desligar al hombre de su pluma; únicamente este soplo permite la verdadera comunicación con el mundo, tanto con el visible como con el invisible.
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El tiempo en Una hora de España
VICTOR ALFONSO RUIZ

En el prólogo de Una hora de España se aclara cuál es uno de los temas más explorados a lo largo de la obra, el tiempo; dice el narrador al respecto: “¿Qué es el tiempo y qué es la eternidad? Los hombres son como sombras de sombras. Surgen en el mundo un instante y se desvanecen.”. El pasar del tiempo es presentado como trágico: “Ahora sus piedras nos dicen lo que antes no podían decir: la tragedia del tiempo que se desvanece” (p. 71, de la edición provista a los de este taller); algo que se puede vivir en un momento (u hora): “Se sucedieron los imperios y para él fue todo un breve instante.” (p. 8); Un viaje en un tren (p. 20) en el que los espacios (recuérdense los recorridos casi fotográficos por distintos lugares) y épocas son conceptos caprichosos:
“La realidad circundante no existía para nosotros.” (p. 78) “La vida es igual en el siglo XX que en el siglo XVI” (p. 52). El tiempo puede ser percibido al antojo: “Nadie sabe cuál es la hora que en la Historia divide dos épocas.” (p. 15). En este texto, el presente es algo menos positivo que el pasado: “Frente a los gozadores del momento- un poco frívolos” (p. 2) “Ahora tienen la dulce pátina del tiempo; tienen el encanto melancólico de lo viejo” (p. 71).
Manuel Rodríguez, el personaje del capítulo XXI, es quien sintetiza la mayoría de las ideas acerca del tiempo: “En el mundo de su memoria todo se desenvolvía en un mismo plano”, “El tiempo desaparecería para él”, “Llegaba a dudar de su propia existencia y de la realidad externa.”

La idea del tiempo como algo que se vive al antojo, se manifiesta en la forma en la que el narrador presenta las imágenes. Este fenómeno está presente en el ya mencionado capítulo XXI, en el que la imagen de la ventana que se abre se encuentra en el primer y en el último párrafo. En el capítulo III el anciano “reza y medita” al principio y “medita y ora” al final, es decir, la imagen fue retenida a lo largo de diversos discernimientos. En el capítulo XII, también al principio y al final, los pastores encienden las fogatas en las montañas, y mientras tanto, más cosas fueron reflexionadas a  grosso modo, como en un tren.
En conclusión, en la obra de Una hora de España la idea de que el tiempo es algo relativo, se manifiesta no sólo en lo que se dice, sino en el cómo se dice.

Comentario de la lectura de Azorín “Una hora de España”
IVONNE SIRENIA GÓMEZ VERGARA

Para iniciar, debo decir que se trata de una lectura amena, elocuente, apasionada y bellamente descriptiva. Como lector me atrapa en la atmósfera que se crea a partir de los diferentes relatos que me transportaron a través del tiempo hasta la España del siglo XVI y subsecuentes; además se encuentra bellamente aderezada por referencias a diferentes obras de capital importancia en la literatura ibérica, sobre todo destacan Cervantes y Lope de Vega.

Se trata de un viaje, por medio de la lectura, a lo largo del territorio español que queda perfectamente retratado en una serie de historias que semejan exquisitas y magníficas pinturas, que al mismo tiempo me subliman ante el encantador y diligente manejo de la lengua que en ellas se hace, pues mediante una serie de dinámicas narraciones y descripciones el lector, que aquí escribe, se transforma en un observador de cada una de las historias que transcurren en un devenir exquisito, a lo largo del territorio de España. Y no sólo como testigo, sino como un partícipe que se vuelve cómplice y escucha de los diferentes personajes que se van integrando a lo largo del texto. En este mismo sentido, los personajes me representan una reproducción de los hábitos, costumbres, creencias, ideales, valores y sentires de los hombres y mujeres que forjaron el espíritu de aquello que caracteriza a cada una de las diferentes regiones de España, con sus particularidades e identidades plasmadas fielmente en los siglos que abarca “Una hora de España”, y que sin duda han llegado hasta los actuales habitantes de las mismas regiones.

Se trata de una lectura entrañable que me conmueve y me invita a seguir indagando en las costumbres que inspiraron tanto amor por parte de Azorín para dejarnos tan fiel retrato de la vida en España. Además de que es una descripción cautivadora y emotiva de la campiña española, así como de las diferentes provincias que la conforman. Puede el lector vivir y sentir tales parajes descritos, pasear por los campos, palpar y oler las diferentes arboledas y bosques que con tanta pasión, fluidez y persuasión son transformadas en palabras, palabras que me han permitido trasladarme hasta esos rincones, laderas y costas que bellamente son presentadas. Pude ser uno  más entre los que viajan para visitar la belleza que ofrecen los distintos parajes que ofrece la vasta geografía en España.

En pocas palabras, sólo puedo decir que se nota el cariño inmenso que Azorín tuvo por su país, sus costumbres, la historia y el pueblo de España. La lectura me conduce con evidente orgullo a través de los diferentes ideales, valores y actitudes que han forjado al pueblo español, mismos que quedan descubiertos en la fuerte defensa que hace sobre la fe y la divulgación de los valores mediante  los personajes más sobrios y gallardos que aparecen a lo largo del relato. La lectura constantemente me invita a defender con orgullo la nobleza y dignidad de los seres humanos que apoyados por su fe, fueron capaces de luchar, viajar, trabajar la tierra, cuidar al ganado y vivir la vida de manera honesta, cooperando desde sus actividades diarias con los logros que como país han llevado a cabo los españoles.

Es una lectura que me sedujo, me atrapó con la belleza y exquisito estilo para relatar la historia de un país; es una muestra de la maestría en el dominio de la palabra y del amor por la patria.

Azorín
FABIOLA LÓPEZ IBARRA

La heterogeneidad española en todos los niveles dentro de Una hora de España de Azorín

En Una hora de España de Azorín los motivos primeros  son el tiempo y la palabra que representa realidades, se conjuga entre las páginas la sensorialidad y las características propias del retrato y el paisajismo: nuestros sentidos se entregan en un juego cromático relacionado de manera íntima con lo táctil “Salieron por la mañana de otro pueblo. Han caminado durante todo el día. El viento sopla frío por la llanura. La religiosa va un poco enferma. A media tarde, la religiosa y su compañera han sacado del zurrón un cantero de pan (un cantero de pan: un pico o currusco de pan) y un pedacito de queso y han comido. Está un poco enferma la religiosa; el viento frío del otoño le hace frío en la garganta”. Podemos ver también por momentos cuanto Azorín nos narra como una película que pasa a través de nuestros ojos pero, cabe mencionar, esta película transcurre en un tiempo casi mítico, pasa a lentitud por momentos, pausas en las que el lector se degusta en las arduas descripciones, llenas de detalles al parecer nimios, pero cargadas de significación en el conjunto del texto puesto que nos lleva a la naturaleza del hombre. El tiempo, además, es un tiempo que transcurre en divergentes direcciones, Azorín no permanece en un año o un siglo específico, sino que de manera ecléctica nos presenta este paisaje de España, lo cual nos da la impresión de heterogeneidad

El ser humano como medida del mundo que le rodea, pensamos que Azorín puede partir de ese idea para la escritura de Una hora de España, cada capítulo tiene dentro de su descripción un personaje  (si le queremos denominar de alguna manera) o un tipo: el capitán, el palaciego, el religioso, la mujer, la anciana, etcétera; que son el enfoque mismo de la descripción, a partir de este personaje, de sus movimientos, de su vida, entonces podemos ver España, esto nos deja cierto mensaje “los países son con base en su gente” y como elemento agregado inmanentemente a la construcción de tipos tenemos la universalidad; cada nuevo personaje del paisaje español, puede existir también en otro lugar, en otra época, la misma España con los saltos temporales que realiza Azorín, lo demuestra. Esta presentación de universales nos lleva a otro de los aspectos importantes de Una hora de España: su actualidad, este texto, salvo las menciones o ubicadotes temporales, es aún legible; parecido, de alguna manera, con la vida rural mexicana si se nos permite la analogía, esta lentitud de las acciones, lo estable, lo ya configurado que nos parece desde fuera.

A través de los cuarenta y un capítulos que conforman este texto de Azorín percibimos España, sus modos, su pasado, pero además, su diversidad como contraposición de la idea del tiempo que no transcurre, si bien es cierto que los personajes permanece, tenemos una multiplicidad de visiones, de voces involucradas en tan sólo una hora de España, como menciona el título, es decir, si Azorín hubiese querido describir toda España habría necesitado varios volúmenes, de nuevo aparece este juego temporal.

Ya en el final, después de las exhaustivas descripciones de lo que aparentemente es trivial nuestro narrador nos revela que todo no ha sido más que un sueño, un  acto de imaginación “El ensueño ha terminado. Estamos en el mismo salón mundano donde comenzamos a soñar. Ante nosotros se extiende el mar inmenso. La noche ha desparramado –ciega y fría- sus sombras sobre la dilatada extensión de las aguas. Durante un momento, el espíritu se ha abstraído de las cosas actuales. La realidad circundante no existía para nosotros. Volvemos ahora al mundo presente.” Que empezó en el crepúsculo y termina en el anochecer, lo que da el sentido del alargamiento ilimitado del tiempo y de este fluir de conciencia en el que un solo hombre puede abstraer una hora de algún lugar en el tiempo que dura el crepúsculo en anochecer y, además, representarlo, no ya en imágenes mentales, sino en palabras. Tenemos, entonces, la palabra como creadora, como génesis, atemporal, ecléctica, la palabra heterogénea española.

Mi lectura de “Una hora de España” de José Martínez Ruiz
MONTSERRAT ACEVES AGUIRRE

Antes que nada quisiera saludar a todos quienes participan en este taller de lectura y agradecer especialmente a todas las personas involucradas en la organización del mismo.

En el capítulo III, Azorín escribe: “La tarde va declinando bellamente. En la sucesión del tiempo, el tiempo sin medida.” Después de haber leído Una hora de España, esta frase tan contradictoria y cierta a la vez ocupó mis pensamientos. Traté de encontrar una explicación de dicha frase, pero todo quedó en el intento. Así pues, el tiempo es la medida del acontecer diario, es en otras palabras, el pasar de la propia vida. Medimos el tiempo y por ende nuestra vida en segundos, minutos y horas; en pasado, presente y futuro; en el hoy, el mañana y el ayer. Pero el futuro se vuelve presente y pasado, y lo pasado se convierte en presente cuando se vuelve a él a través de la nostálgica memoria. Es así como el autor nos lleva a vivir, con la imaginación, una hora de la vida de España. Se evocan personas, aconteceres, castillos y los paisajes más diversos de la España del siglo XVI. Debo decir, con toda franqueza, que mis conocimientos sobre la historia y la geografía de España son muy limitados, pero la falta de referencias se ve cubierta por la gran capacidad de descripción y de evocación de Azorín puesto que claramente se dibujan ante el lector cada uno de los personajes y los lugares que, en la hora del crepúsculo emergen del pasado. Así pues el tiempo no tiene medida pues es un fluir eterno donde todas las cosas se extinguen…

Si pudiéramos en un instante atisbar la obra de la disolución universal a lo largo del tiempo, veríamos, en una vorágine hórrida, entre tolvaneras y llamas, ruinas de edificios, fragmentos de estatuas, tronos en astillas, cetros, osamentas, brocados, joyas, cu­nas, féretros... y todo en revuelta confusión y en marcha caótica hacia la eternidad.

…como los castillos y palacios que al final terminan siendo sólo ruinas. Y como en el capitulo XI “La le­tra, que antes era clara, se va con la rapidez haciendo más abstrusa.  Nos falta tiempo para expresar lo que sentimos.” Y en este caso pienso que me pasa igual, porque hay tantas cosas que destacar de esta lectura que espero podamos compartir en este taller de lectura.

Comentario: Una hora de España de Azorín
ANTONIO SOLÓRZANO LOERA

Una hora de España en lo personal, es por excelencia el mejor título que pudo encontrar para su obra el maestro Azorín, de haber sido una enciclopedia o un libro de historia, bien pudo haberse llamado Breve recorrido histórico de España en general ó  España a través de los siglos.

Me queda claro que dicha obra puede servir como preámbulo para todo aquel que conozca poco o nada de maravillosa nación de la Península Ibérica y quiera adentrarse a la fiel historia de la patria de Cervantes.

Azorín escribe con exquisitez literaria, declara con objetividad breves sucesos históricos que forjaron lo que hoy es España dentro de la misma nación, y lo que simboliza en el mundo entero. Resalta valores, paisajes, cultura y otros estandartes importantes como lo es en el ámbito del lenguaje y literario.

Me queda claro que España sería nada sin su pasado heroico, conquistador e imperial; sin los Cervantes, los Lope de Vega, los Quevedo, incluso sin los Azorín.
Es un recorrido general pero minucioso a la vez. Se que parece contradictorio. Pero de qué manera englobas tanta historia en una obra literaria de tan solo sesenta u ochenta páginas de un libro. Mejor no pudo haberse escrito.

Además, el personaje del anciano simboliza toda esa sabiduría, conocimiento, erudición y brillantez que puede poseer algún individuo; con secretos, aficiones, andares descubiertos y largos caminos recorridos, sirviendo a manera de analogía con lo que es la España de hoy en día: llena de secretos y vasta cultura.

Así pues, termino el presente comentario no sin antes felicitar a los españoles por poseer tan maravillosa historia y bagaje cultural. En hora buena, deben sentirse orgullosos de pertener a tan gran nación: la madre patria, España.

Comentario de Una hora de España
SERGIO GUSTAVO CUEVAS AYALA

Hace falta sólo una hora de España para poder apreciar y valorar su identidad. Una hora dentro del siglo XVI y una hora sincrónica donde todas las Españas son una. Azorín lo hace con maestría, no necesita de grandes elaboraciones argumentales, él pinta con palabras cada faceta de su nación. Poco importa el hecho histórico, desmitifica a los personajes, se vuelven personas, al no darles nombres se vuelven plurales de un modo de vida y de un pensamiento humano y real, no hay héroes, hay hombres y mujeres, reyes e inquisidores, todos humanos en cada matiz.

Las temáticas me resultan características de España: La religión, el absolutismo, el fideísmo, el predominio de la acción sobre la razón dentro del hombre común, el misticismo de Santa Teresa de Jesús, la conquista, los castillos, el teatro, Cervantes, la noción de decadencia, la verdadera española, etc.

Uno de los puntos que más interesantes  en el ensayo de Azorin es el dedicado al estilo y con este capítulo nos presenta a uno de sus  preferidos: Fay Luís de Granada. En este capítulo Azorín muestra una postura en la que esta de acuerdo con los postulados de Luís de Granada. Lo primero en el estilo es la claridad. Quien piensa claramente escribe claramente. Es una crítica a las estructuras y a la artificialidad de muchos escritores. La sintaxis y el vocabulario deben ser explotados en conjunto. Así alaba a Lope cuyo estilo fluctuaba naturalmente entre la sintaxis y el vocabulario. Estoy de acuerdo con Azorín, lo adecuado es utilizar todos los medios para innovar y ser claros, es el juego mordaz con las palabras, el ingenio para valerse de ellas.

Para concluir mi comentario quisiera mencionar mi agrado por Una hora de España ya que, a pesar de ser sintético, es una obra que nos presenta la España del siglo XVI y la principal llave para poder entender la noción de qué significa ser español.

España sueña una hora….España sueña en la pluma de Azorín…
MARI TERESA MORA PARVUL

Al leer una hora de España, fue como entrar en un sueño, un sueño que mezclaba distintas, personas, lugares y tiempos.

Cuando terminan los primeros capítulos,  me dio la impresión de estar dentro de un sueño, pero dentro de ese sueño, hay otro y otro más…por qué cada capítulo, es un sueño en si mismo…Da la impresión también de estar como en una galería de pinturas, donde cada cuatro dice algo distinto; ese es el viaje que propone Azorín, una búsqueda a través del tiempo y del espacio…

La hora crepuscular, que se repite a lo largo del relato, esa  mirada melancólica hacia las raíces del español; que son la patria y la religión.

En cuanto al lenguaje que maneja es muy accesible, su lenguaje tiene algunas figuras poéticas y hace que el lector se envuelva en esa capa romántica viajando a esa España, que aunque lejana a través de la lectura la sentimos cerca.

Entre los temas que maneja están: la muerte, en el capitulo III La piedad.
“Todo el mundo hace pensar, a quien medita, en la fugacidad de la vida (…)la muerte trabaja incesantemente en todo el universo(…)”
“Todo camina hacia la nada”

Pensar en la fugacidad de la vida, la muerte en todo el universo, aquí habla de un tema universal, pero quizás también habla de la fugacidad de la vida de España como país en sus tiempos de abundancia y del peligro que sentía esa nación que un día tuvo riqueza , para después  quedar sumida en la pobreza.

“La fugacidad de la vida”, en el hombre, su miedo a estar solo.

Después de este capítulo comienza a hablarnos de la heterogeneidad de España, de sus paisajes, y de sus ciudades.

Se cuestiona también  sobre el descubrimiento de  América, se pregunta si este descubrimiento será para su gloria o su destrucción.

En cuanto a lo religioso, aparece  la imposición de un cristo meditabundo, Jesús en el huerto de los olivos; la espera de la muerte, el religioso que aparece en uno de los capítulos semeja la imagen de cristo en los olivos, la muerte como liberación, es otra de las ideas que maneja el texto.

“El veredero”,  aquí encontramos una preocupación sobre la Historia de España, se preocupa por su futuro y por la creación de una nueva patria, deja  entrever un poco la suerte  del criollo en la patria que aún se está creando.

Uno de  los capítulos que  más me intereso, fue “Un Viadante ” dentro de este escenario romántico, reflexiona sobre la vida, de aceptarla como tal y como viene, sin complicarse demasiado. En este mismo capitulo, esta también la idea de tomar la lectura como escape a otro mundo.

“Nos conformamos, si con la realidad; aceptamos la vida tal como se presenta”

Pero fue sin duda el capitulo XV, “El Teatro”, el mas cautivo mi atención,  se puede ver el tema de lo familiar, “Por entre las tinieblas avanzan en la soledad, silenciosos, un hombre, una mujer y un  niño”. Una trinidad que puede interpretarse quizás como una alusión a la sagrada familia,  y una manera  también de representar a todos los habitantes de España en estas tres personas, cuyo destino es caminar, trabajar y auque el cansancio a veces puede más, nunca se demuestra, pues  se pone la careta, el maquillaje del actor, ese antifaz para decir al mundo que España sigue de pie.

Realza la nobleza del español. “El español noble y digno”

El niño es también un símbolo del teatro nacional que empieza a nacer producto de la renovación de las formas.

En el Fideísmo muestra ahora algunos aspectos dogmáticos de la religión católica. “Solo la fe es luz”. Razón y fe una dicotomía que nunca se mezcla en la actualidad.

Son muchos los temas que trata Azorín, creo que Una hora de España es una obra sencilla, además de que las imágenes están bien logradas sobretodo en los paisajes da la impresión de estar viendo escenas de películas.
Parece también como si estuviera soñando, desde un principio nos sumergimos en un sueño que nos cuenta la Historia y vida de España.
España sueña una hora….España sueña en la pluma de Azorín…

Comentario a Una hora de España de José Martínez Ruíz.
JANETTE BEATRIZ CHÁVEZ PLASCENCIA

«… ¡Ay Egipto, Egipto!, de tu religión sólo sobrevivirán fábulas y éstas increíbles para tus descendientes, las palabras que cuentan tus piadosos hechos sólo permanecerán grabadas en las piedras; tu tierra se verá invadida por el escita, el indio o cualquier otro vecino bárbaro. Los dioses volverán al cielo, los hombres, abandonados, morirán en su totalidad y entonces, oh Egipto, privado de dioses y de hombres, te convertirás en un desierto.

A ti me dirijo, santísimo río, a ti te anuncio los hechos futuros. Una avenida de sangre te llenará hasta las orillas y te desbordará, y no sólo tus divinas aguas, sino todas se verán profanadas por la sangre y desbordadas. El número de muertos superará en mucho al de vivos, y al superviviente sólo por su idioma se le reconocerá como egipcio, porque por sus actos parecerá diferente (…)»
 Fragmento tomado del Asclepio –diálogo entre Hermes Trismegisto y Asclepio-, del libro Textos Herméticos. Traducción del Griego Francesc Xavier Renau Nebot. 1999 [1ª edición, 2ª impresión]. Madrid: Editorial Gredos, pp. 463.

Una hora de España es un recorrido por los rasgos y valores españoles. El espacio geográfico y la cotidianeidad fungen como elementos básicos para la realización del texto. Una hora de España es España para Azorín. Para él, la vieja que vive en las casas de Sancho Gil  y el intelectual ávido de libros, son iguales; los bosques y prados son tan majestuosos como el Monasterio del Escorial. España llena de riquezas, llena de castillos, llena de cantos, llena de libros… pero no las aprecia, no los habita, no los escucha, no los entiende o siquiera los lee… Al menos así es su sentir, el sentir del español que observa los avances de una Europa aplastantemente moderna y junto con la cual, según él, no camina.
Azorín demanda algo al pueblo español: su falta de auto-reconocimiento, la costumbre de ver hacia afuera y no hacia dentro.

No cabe aquí parafrasear el texto de Azorín. Para saber lo que dice, será mejor leerlo; disfrutar de sus técnicas visuales, la ambientación fotográfica de los escenarios, la corporeidad emotiva en los personajes que presenta y la manipulación del tiempo que estira cual si fuere tzictli  y que nos remite, de alguna manera, a la paradoja de Xenón.

Detengámonos entonces en su exposición medular: el tiempo. En su texto, Azorín nos dice que el tiempo y sus estragos han sido preocupantes para los seres humanos desde siempre. La humanidad, por una hora, son los españoles, los españoles del siglo XVI: el rey, la corte, el labrador, la anciana, el escritor, el clérigo, el santo, la santa… todos ellos han visto pasar el abrazador tiempo.

En su intención de comparar su contemporánea España a la del siglo XVI, además de recalcar sus similitudes, nos afirma que esa España ha terminado. España atrapada en el pasado y a la vez avanzando en el tiempo como cualquiera. Todo aquello de lo que habla Azorín está muerto, quizá nunca existió. La añoranza, el deseo de plantear el corazón español, ese que se encuentra en cada uno de ellos, también indica que no está y que quizá nunca lo estuvo. No, probablemente no haya eso llamado “corazón español” o “ideal español”. No. Lo que existe es el “corazón humano”, aquello que se resalta cuando se le adhiere a una tierra que lo define, con su paisaje, con su clima, con sus animales, con sus flores, con su historia.
El tiempo transcurre y la luz antaño de un pueblo se extingue y no volverá a brillar. Al menos no así, no de esa manera. Imposible pensar que la grandeza de un pueblo permanezca. No en este mundo. Ra ya no alumbra a todos, solo a aquellos que sienten el calor de su verdad. Isis, escondida bajo una piel nívea o mestiza, carga a Thot en pinturas ya de estilo bizantino o renacentista, colgadas en las más prestigiosas galerías europeas. Pirámides, construcciones inasibles por su belleza y majestuosidad, se les mira solo como tumbas. 

Roma y su coliseo en ruinas… Atenas y su ágora silenciada… ¿Será?

¿No rige la ley latina a muchos países actuales? ¿No son Aristóteles y Platón los pensadores que han establecido las pautas para el conocimiento a la manera occidental?

La historia, a diferencia de cómo nos enseñan nuestros profesores, no transcurre por periodos. Las notas de la historia no se tocan en staccato sino en legato, los hechos importantes se diferencian porque suenan en forte, a veces estruendoso y hasta ensordecedor, como la bomba atómica o la matanza de Tlatelolco; otras vivificador y fresco como la invención de la imprenta o la caída del muro de Berlín. Cada hecho, cada acontecimiento importante tiene precedentes y consecuencias.

Así con Egipto, con Grecia, con Roma, con Tenochtitlán, con Cuzco, con la España dueña del mundo.

Si, España silenció el náhuatl, el aymara, el maya, el quechua, el zapoteco… Lo acalló con un español contundente, recipiente de arabismos, helenismos, anglicismos… Si, España hizo que Huitzilopochtli abandonara el combate, que Tonantzin se apareciera en el Cerro de la Estrella con su manto luminoso de cielo, que los hijos del Sol y sus vírgenes, dejaran de serlo; que los bravos del norte perecieran confinados al exilio por el robo de sus tierras por parte de su declarado padre nuevo.

Pero fueron demasiados los tesoros que encontraron, tantos que no cupieron en España, que tuvo que escoger entre ellos –los tesoros-y la grandeza propia de los habitantes. Quevedo padeció la pobreza de una España desparramada de riquezas, y con él, la mayoría de la población de su tiempo. América padeció la avaricia de sus conquistadores, y éstos, sufrieron las consecuencias de su codicia.

Azorín nos dice que España no ha sido decadente. Es cierto, no lo ha sido. La ley natural habló: España sufrió las consecuencias de sí misma. Como todos los pueblos, como todos los seres humanos.

La conquista ya fue –y sigue siendo. A los americanos, los frailes nos regalaron sus vidas dedicadas a esclarecer nuestro pasado. Era lo justo. De todo lo que pasó en la conquista, de las aguas teñidas de rojo -como las del Nilo, de las que habla Trismegisto a Thot-, de rojo indígena y un tanto de español, de los años de esclavitud y vejación a los dueños del contente nuevo, de eso, quizá los perdone. Pero no de una cosa, de aquello que precisamente también Azorín reclama: nos heredaron la costumbre del menosprecio a nosotros mismos. 

España mira siempre arriba al resto de Europa. Latinoamérica, mira siempre arriba a Europa. Los españoles no se sienten, no se han sentido desde hace tiempo, pertenecientes a Europa, la grande. Los mestizos y menos los indígenas, hace tiempo que no se sienten pertenecientes al mundo. España no acepta su pasado, no afronta su presente. Latinoamérica, no reconoce su pasado, porque no lo siente correr por sus venas, su presente no lo asume y su futuro lo añora como el de los del primer mundo.

España le ha heredado al mundo la luz de sus místicos, poetas, pensadores: Raymundo Llullio, Teresa de Jesús, Ibn Arabi, San Juan de la Cruz, Cervantes… Por un tiempo, tal como nos cuenta Martínez Ruíz, fue sede difusora del conocimiento, y sigue siendo, al menos de las más importantes. ¿Qué importaba para España saber del mundo natural, vivir sólo del mundo físico, cuando en sus entrañas albergaba –muy a su pesar, a veces- a hombres y mujeres capaces de vislumbrar las luces divinas?
Sin duda, Europa ha regalado al mundo una manera muy bella de ver la vida. Su posición frente al mundo da a quien la asume satisfacciones maravillosas. Pero es sólo una forma de vivir la vida. ¿Por qué hemos de desdeñar por completo la nuestra? ¿Por qué no hemos de reconocer las bondades y eliminar los defectos que tenemos como pueblos?

La visión de la decadencia de España, es una visión que ha adoptado la humanidad. El ser humano se siente decadente. La humanidad está enferma. El mundo agonizante pierde la esperanza y ansía solo su muerte.

Pero esto no es así ¿acaso se nos ha olvidado que el ser humano es el único ser sobre la tierra que puede versar sobre flores, qué mira los astros y calcula sus trayectorias a la vez que viaja con el corazón hacia ellos?

Azorín clama a los españoles para que no olviden sus virtudes y belleza únicas. Yo, si se me permite, clamo a todos los seres humanos para que no olvidemos esa joya deslumbrante que yace dentro de todos y cada uno de nosotros.

Una hora de España
CARLOS ARMENTA RODRÍGUEZ

Estimado Don José Jiménez Lozano,

Nunca antes había leído a Azorín. Es más, debo confesar que ni siquiera sabía quién era Azorín. Por tanto mi lectura también ha constituido una primera construcción del autor.

Una hora en España es una obra que más allá de necesitar buenos lectores, necesita cómplices, ya que desde el prólogo, Azorín nos propone un trato: que nos olvidemos del tiempo presente, que hagamos una “abstracción” del ahora. A partir de ese momento comienza la visión de la España de finales del siglo XVI. Pero no es cualquier visión, pues veremos a través de los ojos de Azorín a los personajes más destacados que conforman la historia del siglo XVI.

¿Quién es el primer personaje que se nos dibuja frente a nosotros? Nada más y nada menos que aquel rey solitario y religioso. Un rey que debe administrar un imperio donde el sol nunca se pone. Pero justo ante nuestro andar que es guiado por las palabras hipnóticas de Azorín, tenemos también a un rey viejo, cansado y melancólico. Y las descripciones de este hombre y de su estancia en El Escorial, conforman casi una fotografía capturada por la cámara de hábil fotógrafo.

Y así continúa Azorín, regalándonos un rico álbum fotográfico de los paisajes de la vieja España: grandes palacios, las diversas ciudades y reinos españoles (como es el caso de Ávila), las montañas y sus pastores, encuentros fortuitos y maravillosos entre Cervantes y su Quijote, los hechos alrededor de Teresa de Ávila, las más poderosas armadas españolas, el estilo literario de diversos autores: Lope de Vega, Quevedo, Luis de Granada, etc.

Azorín es casi un reportero, es el encargado de reconstruir los momentos y acontecimientos ideales para poder acceder a la vida cotidiana, a las costumbres y cultura de una España añeja. Por esa razón cuelga sobre su cabeza la doble exigencia del talento y la responsabilidad.

Ahora bien, así como he dicho que no conocía a Azorín, también debo decir que no conozco España. Estoy muy lejos de tener una visión certera del país tan rico y vasto del que habla Azorín. Este álbum fotográfico, que con tanto detalle va realizando Azorín, sirve de testimonio del viejo mundo. O acaso del nuevo mundo, visto desde mi perspectiva: gran parte de la obra representa un desembarco en nuevas tierras, un encontrón –como sucede a finales del siglo XV– de dos mundos.

¿Cuál es el puente entonces, entre estos dos mundos aparentemente tan diferentes? ¿Existe un punto de encuentro entre la vieja España y las tierras americanas que alguna vez tuvo que administrar Felipe II? Sin duda los paisajes son diferentes, sin duda las costumbre otras. No obstante es el español lo que nos mantiene unidos, lo que representa nuestro punto de encuentro. Una hora en España, con su depurado español, con la “sobriedad de su vocabulario” –en palabras de Azorín hacia Luis de Granada, pero que también representan el estilo de su obra– lo que nos da acceso a la regresión en que somos llevados por el autor a través de una España maravillosa y poderosa, pero también triste, melancólica y a veces hasta decadente. El español sigue siendo parte de una identidad y Una hora en España es prueba irrefutable de ésto. Por lo tanto leer a Azorín es también leerse, es también leernos y reencontrarnos en un idioma vivo.