Este Taller de Lectura lo organizan la Junta de Castilla y León (Consejería de Cultura), la Universidad de Alcalá (Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Relaciones Institucionales) y la Universidad de Guadalajara, con motivo de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, México, que tiene a Castilla y León como invitada de honor en 2010.




lunes, 29 de noviembre de 2010

CONTESTACIONES A LOS COMENTARIOS SOBRE "LA ILUSTRE FREGONA" por José Jiménez Lozano


En términos generales parece que coincidimos en la lectura e interpretación de “La ilustre fregona”, pero, como es lógico, también en esta lectura cada lector apunta algo o ve las cosas desde otro ángulo, porque por eso la literatura es literatura y dice a cada quien y a cada cual lo suyo, y por eso mismo en ella nunca dejan de decirse las cosas, incluso ante un mismo hecho, un mismo personaje, un mismo asunto, que siempre son otros y hasta muy otros. Exactamente como en la vida.

A más de un lector le ha sorprendido, en la novela, un amor que nace sin cruzar una sola palabra con la mujer de quien se prenda y le es suficiente oír hablar de su belleza y virtud –aunque sea a un mozo de mulas-, pero también parece haber comprendido todo el mundo que se trata de un “topos” del tiempo y más específicamente de la literatura y no de la realidad. Y tampoco ha escapado a ustedes el hecho de que dicha belleza de Constancica está descrita por un mozo de mulas, lo que es difícil dilucidar si se trata de una ironía o de la extrema consideración de Cervantes que sería entonces como la de fray Luis, que entendía que “el fino  sentir” se daba más intensamente entre gentes más bien primarias como los pastores o gentes del campo. Y a unos pastores, por cierto, endilga Don Quijote un hermoso discurso de altos conceptos, y ahí sí que no hay posible sospecha de ironía, sino que es pura honra de la dignidad humana.

Pero, por otra parte, tampoco conviene olvidar que el amor humano estaba entonces libre de todo psicologismo y de las capas de cebolla o alcachofa, por decirlo así que, primero el romanticismo, y luego ese psicologismo recubrieron el asunto. Y con este asunto está ligada la otra cuestión del reconocimiento de la nobleza de nacimiento que hace posible el matrimonio con otra persona de la misma cuna, y es una convención del tiempo.

En la época existía y estaba muy extendida la idea aristotélica de que la alta cuna supone el ámbito privilegiado para la virtud y, por el contrario, una cuna baja supondría una dificultad o algo muy parecido; pero, en cualquier caso, Cervantes cuenta la historia de una relación amorosa en la que esas convicciones podrían no funcionar, porque en este caso sería la mujer la de baja cuna, y no sólo era posible el matrimonio, sino que la mujer quedaba automáticamente elevada a la clase superior del hombre con quien se casaba, lo que no sucedía al revés, es decir, si el de baja cuna era el hombre en cuyo supuesto el hombre se desclasaba. Así que se suponía que la belleza y la virtud en la mujer la redimían de su propia clase, y, en realidad, parece que Cervantes se atiene a contar una historia de amor, pero sin aludir a las eventuales dificultades formales de diversa cuna entre los amantes, o a la excepción a las mismas, que resultan irrelevantes en la historia.

Otro aspecto que llama la atención de los lectores ha sido el de las posadas. Y ciertamente que es un aspecto esencial en el tiempo, porque las posadas son ciertamente lugares donde se concentra la mayor parte de los tipos sociales e incluso de hombres y mujeres.

En general las posadas españolas, especialmente las que estaban en los caminos o ventas, resultaban vitandas a veces hasta por su nombre –Posada de la Muerte o Posada del Verdugo-, y eran famosas por la leyenda que ellas mismas ponían en un cartel como aviso a los clientes: “En esta posada, el viajero encontrará lo que traiga”, que era decir que daban acomodo para la noche y, como mucho, un pienso para las caballerías. Y había también posadas de más lustre como ésta posada de “El Sevillano” en Toledo, donde sirve la Costancica y la que tenía en Sevilla Tomás Gutiérrez, un excelente amigo de Cervantes, a quien quizás recuerde con el nombre de la posada toledana,  y que antes había sido cómico. Pero el tipo medio de posada era atroz, y Santa Teresa compara los sufrimientos y contrariedades de la vida con “una noche en una mala posada”.

La posada como centro de la novela permite ciertamente el encuentro de los personajes más dispares. Y claro está que cada quien es cada quien y cada cual es cada cual, y cada quien y cada cual habla su propia lengua, no solamente la de su capa social, y en España desde el Renacimiento la lengua del pueblo fue una lengua superior a la lengua culta, en significados, polisemias, y connotaciones afectivas y también en variedad sintáctica y cantilenación o “tonillo”. Y acababa siendo a veces una lengua excesivamente grupal o personalizada.

Y uno de nuestros compañeros lectores se ha fijado en el detalle de que el posadero defiende el castellano frente al latín, y la escena parece y sin especial significación y no yendo más allá de ironizar sobre la ignorancia del latín por parte de su mujer que, al emplearlo en sus oraciones, lo maltrata y dice mil desatinos; pero Cervantes habla aquí de algo que, como ya señalé, es el signo del renacimiento español, que es esencialmente la reivindicación de la lengua vernácula para expresar la realidad y especialmente para conocer a través de su expresión literaria lo que a los hombres acontece; pero es una convicción que tarda en entrar hasta en el común de las gentes, cuya preferencia por rezar en latín ridiculizará Lucas Hidalgo en sus “Diálogos de apacible entretenimiento”, y es tanta como la de los latinismos pedantes en el lenguaje culto.

También alguno de ustedes ha señalado el acudimiento de Cervantes a los refranes, y esto, pese a que, en un determinado momento Don Quijote le reprocha a Sancho el uso y abuso de ellos. Y, sean como sean las cosas, hasta Marcel Bataillon ha subrayado el gusto que Cervantes muestra por los  dichos y refranes populares y le acerca al que también muestra Erasmo. ¿Sería esto una muestra de la supuesta influencia erasmista en Cervantes? Pero por lo pronto esta influencia debería ser probada, pongamos por caso adverando la hipótesis que esa preferencia de Cervantes por los refranes y cuentos populares era imposible de que se le ocurriera a él si no lo hubiera tomado de Erasmo. Y dígase lo mismo sobre el supuesto anticlericalismo de Cervantes en “El Quijote”, que también sería erasmista. Pero lo cierto es que no hay ni rastro de esta cuestión, pues el enfrentamiento de don Quijote con el fraile invitado como él a la mesa de los duques es el enfrentamiento con un entrometido, y la gastada alusión a la  Iglesia cuando don Quijote y Sancho entran una noche sin luna en el Toboso solamente indica que han topado con el edificio de la iglesia, ya que la que Iglesia como institución no es llamada así salvo en los tratados teológicos, por la sencilla razón de esa Iglesia no era una sociedad distinta ni del Estado ni  del cuerpo social que eran cristianos, y la “otreidad” sólo podía darse entre clérigos y fieles, pero no se utilizaba la palabra Iglesia para hablar de los primeros, sino que se los designaba por su “status” o función: monje, fraile, obispo, cura, canónico etc.

Efectivamente, como dice una de las lectoras, la España de la época de Cervantes es más compleja que lo que podríamos pensar ciñéndonos a los inevitables esquemas didácticos, y es más compleja aún la España renacentista de la juventud de Cervantes; y en Cervantes no se da, como  se da, por ejemplo, en Italia con los pintores o como se da con el propio Erasmo, una especie de desengaño de la gloria renacentista. Y con esto quiero indicar que todo el pensamiento y el sentimiento que se oscurece en esos casos, y nos es suficiente pensar, por ejemplo, en el Botticelli que quema docenas de sus cuadros bajo la influencia de la predicación de Savonarola, o en el giro que da el pensamiento de Miguel Ángel desde la gloria de los cuerpos al triunfo de la muerte que él mismo pinta en el descansillo de la escalera de su casa, o en el Erasmo de los “Diálogos ciceronianos”, no se da en Cervantes. Y éste es fiel a sus años jóvenes y, en punto a escritura a mantener la invención y la verdad de lo que se cuenta y a escribir con una sencillez total, pero sobre todo a no desposar el pesimismo barroco, sobre la nada del hombre y la mentira del mundo. Y por eso esta novela de “La ilustre fregona” que la crítica ha llamado idealista o pintura de cómo debería ser el mundo, queda enfrentada, desde luego, a la vida de los pícaros y engañadores, que no dice, sin embargo, Cervantes, ni podemos decir nosotros leyendo la historia de amor de la novela,  que tenga que ser y sea la vida real. Nunca se hará cómplice Cervantes de todo el pesimismo moral del barroco, ni tampoco de la humillación para la dignidad humana que quedaría burlada del todo, desmentida. Tanto para los duques y altos personajes como para las gentes humildes e incluso los desechos sociales que están en sus historias, Cervantes tendrá una recomendación primera que es “caer en la cuenta de que se tiene un ánima”, y entonces él jamás dejará salir de su pluma un personaje que no sea rescatado de su empinación social o de su desecho por esa su conciencia de un yo inmortal que se juega en el telar de los sucesos de esta vida. Y seguramente esto es lo que uno de nuestros amigos lectores llama “el paso entre la riqueza y la pobreza, entre la gloria y la humillación”.

Ésta es seguramente la razón de que Cervantes ni quiera ni pueda escribir una novela picaresca, y escriba un “como si” de novela picaresca para contarnos una novela de amor, que, si bien se mira, está íntimamente ligada al paradigma, súmmum y espejo de amor que será “El Persiles“; una obra cervantina que, por cierto, tendrá menos estima crítica que ninguna otra obra suya, con ser sin duda de una soberbia hermosura y dejada por el mismo Cervantes a una semana de su muerte como el gran don de su pluma. Pero, sin duda, se trata de una historia de amor que se cuenta desde unos parámetros o puntos de vista y de pensares y sentires que tienen poco de españoles y mucho de italianos o más bien provenzales, y ligados al franciscanismo. Y un lector subraya el hecho de que Avendaño quiera ponerse a medir cebada para estar cerca de Constanza, relacionando este hecho con otros similares en la obra cervantina que también quieren ser pruebas o meritos de amor, pero quizás solamente se trata de esa transformación de la persona que, como decía Pascal, en sus “Reflexiones sobre el amor”, se percata de que está enamorada porque se halla lleno de humildad y usando de delicadezas.

Curiosamente y como de soslayo, otro lector se pregunta por qué Cervantes sería “un genio” y ese lector muestra su preferencia por considerarle un hombre sencillamente; pero así creo que nos ocurre a todos los no partidarios de los tópicos, en este caso románticos, incluso si modernamente la psiquiatría entró en el asunto e hizo algo parecido a un diagnóstico y una tipología del genio. Hoy podríamos decir, sin embargo, que, en la revisión al alza de la conciencia de escritor como del artista ha aparecido el síntoma de demiurgo o al menos la realidad que el escritor japonés, Abe Kobo, señalaba a propósito de los autores del “nouveau roman” francés, y podría extenderse a la conciencia del escritor y del artista de hoy mismo, que tienen -decía Abe Kobo- una cierta complacencia hacia sí mismos y “no creen lo suficiente en lo que podría llamarse la mirada de Dios y un poco demasiado en la suya”. Y esto es algo desconocido en la época de Cervantes y desde luego no se halla hasta el romanticismo del novecientos, que también trazó el prototipo del poeta desconocido y hambriento, y del enamorado “pálido de amor” que es una locución terrible porque significa literalmente tuberculoso y muerto joven.

Y no dejaré de ofrecer, por lo demás, la medida de los que Simone Weil consideraba realmente genios y, por lo tanto, los únicos capaces de escribir de “los seres de desgracia” siempre más cerca de Platón de lo que nunca pudo estarlo Aristóteles, dice ella; y lo que hay que comentar a esto es que Cervantes es, entonces, uno de esos genios que supo hablarnos de esos seres de desgracia verdaderamente. ¿Y acaso los pesudopícaros y engañadores cervantinos no tienen bastante de seres de desgracia?

En un tiempo, la noción corriente acerca de lo que era un clásico consistía en señalar en él un modelo de escritura, un gran prosista se decía; y un clásico era una modesta manera de decir más exactamente lo que luego se llamaría un genio, aunque con esta palabra romántica como vengo diciendo se denominaba también todo aquello que eran ocurrencias e ingeniosidades. Pero siempre estuvo claro, por encima de los juegos de moda o las estrecheces didácticas, el hecho de que un clásico es quien escribe la verdad con palabras que levantan vida.

John Rankin hace esa cuenta de lo que es un clásico que siempre nos dice la verdad y de la manera más hermosa con las palabras justas, citándonos unos versos de Homero acerca del  tema de la aparición de Elpenor, el compañero de Ulyses a quien se creía que estaba perdido pero había muerto, comparados con otros versos de Alexander Pope.

Dice Homero: “¿Elpenor? ¿Cómo es que has emergido de las lóbregas sombras? / ¿Acaso has llegado más rápido sobre tus pies que yo sobre mi negro buque?”

Dice Alexander Pope: “Oh, dime, Elpenor, ¿qué iracunda fuerza te hizo /deslizarte hacia las sombras y deambular con los muertos? / ¿Cómo pudo tu alma a través de reinos u océanos apartados /rebasar la ágil embarcación y abandonar el moroso viento?”

“Sinceramente –comenta Ruskin- espero que el lector no encuentre motivos de placer ni en la agilidad de la embarcación, ni en la indolencia del viento”. Desde luego  que no, en Pope todo es falso, y Ruskin denomina a esa amplificación de Pope “falacia patética”. Y lo es. El mozo de mulas que habla de poesía lo sabía mucho antes que Ruskin. Y falta le habría hecho a Pope leer a Cervantes, pero no debemos enfadarnos con los ingleses: fueron ellos quienes descubrieron a Cervantes realmente. Por aquí, en esta nuestra tierra, era hasta entonces poca cosa para la oficialidad de la cultura, pero no para quienes sabía quién era. Y en vida quizás sólo lo supo verdaderamente Lope de Vega, quien por eso hacía el gesto de despreciarle para depreciarle. Pero don Quijote ya había advertido a Sancho en casa de los duques que era estúpido andar discutiendo dónde estaría la presidencia de la mesa, porque estaba claro.

Y también con Cervantes.                      

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.